jueves, 21 de febrero de 2008

HAY QUE SER COMO NIÑO PARA ENTRAR AL REINO DE DIOS ☺


Marcos 10, 13-16

En aquel tiempo presentaron a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Pero Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.


Reflexión


Los niños tienen una manera especial de captar lo religioso. Incluso nos sorprende ver con qué fervor rezan o se detienen ante una imagen de la Virgen. Es porque tienen un espíritu sencillo.

Es responsabilidad de los padres el cultivar los aspectos religiosos en los niños, igual que se les enseña a hablar o a leer. Captan muy bien lo que hacen los mayores, y si les ven rezando, yendo a Misa o explicándoles algún detalle de nuestra fe, lo asimilan con gran facilidad. Hay que aprovecharlo y no esperar a que sean adultos, porque el racionalismo propio de esa edad les impedirá acercarse a la fe.

Es fundamental la labor de los padres. Son ellos los primeros educadores. No pueden dejar esa función al colegio, ni siquiera a la catequesis de la parroquia, porque la familia es la primera escuela de la fe. ¿Cómo entenderá el amor de Dios si no ve amor en su casa? ¿O cómo será su relación con Dios Padre si su propio papá le da miedo o nunca está en casa?

Pero también Jesús quiere a niños de muchos años, pero con alma de niño, sencillos al rezar, al pedirle sus necesidades, al contarle sus preocupaciones y sus alegrías.
Tener el alma de niños, Jesús no puede resistirse ante un niño.

Deja que Jesús te de un abrazo, te bendiga, te imponga sus manos, acercate a Él, como si fueras un niño pequeño. Jesús te llenará de paz, de alegría y tus preocupaciones y sufrimientos serán menos, porque estás con Él, abandonalo todo en sus brazos.

ROSARIO AL DIVINO NIÑO ☺


RECEMOS EL ROSARIO AL DIVINO NIÑO JESUS

1.- Hacer la señal de la Santa Cruz y recitar la oración Señor Mío Jesucristo.

2.- Anunciar los Misterios Gozosos

Primer Misterio - LA ENCARNACIÓN DEL NIÑO JESÚS
El Ángel del Señor anuncio a María que ella seria la Madre de Jesús.

Segundo Misterio - LA VISITA DE MARIA A SU PRIMA ISABEL
Por los caminos de Judea va la Virgen Maria a visitar a su prima Isabel quien se pone feliz y su hijo Juan en su vientre saltó de gozo.

Tercer Misterio - NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS
En Belem ha nacido el Niño Jesús. Maria y José lo cuidan con amor; Gloria a Dios, Gloria a Dios, Gloria a Dios.

Cuarto Misterio - PRESENTACIÓN DEL DIVINO NIÑO JESÚS
José y Maria llevan al niño a presentarlo a su Señor, entran al templo, Jesús sonríe, le sonríe al anciano Simeón.

Quinto Misterio - PERDIDA Y HALLAZGO DEL NIÑO JESÚS
El niño Jesús se pierde en medio de tanta gente. María y José lo buscan durante tres días y lo encuentran con los Doctores del templo.

3.- Pedir las gracias que uno necesite, recitar un Padre Nuestro, 10 Ave Marías y un Gloria.

4.- Decir la jaculatoria "DIVINO NIÑO JESÚS EN TI CONFIO"

5. Enunciar el Segundo Misterio y recitar un Padre Nuestro, 10 Ave Marías, Gloria y la jaculatoria. Proseguir igual con todos los demás Misterios.

Al terminar los cinco Misterios se reza un Padre Nuestro, tres Aves Marías, Gloria y una Salve María. Al finalizar se rezan las siguientes Letanías.

LETANIAS

Divino Niño Jesús
Verbo del Padre Eterno, conviérteme.
Hijo de María, tómame como hijo tuyo.
Maestro mío, enséñame.
Príncipe de la Paz, dame la paz.
Refugio mío, recíbeme.
Pastor mío, alimenta mi Alma.
Modelo de paciencia, consuélame.
Manso y Humilde de corazón, ayúdame a ser como tu.
Redentor mío, sálvame.
Mi Dios y mi todo, dirígeme.
Verdad eterna, instrúyeme.
Apoyo mío, dame fuerzas.
Mi justicia, justifícame.
Mediador mío con el Padre, reconcíliame.
Medico de mi Alma, cúrame.
Juez mío, perdóname.
Rey mío, gobiérname.
Santificación mía, santifícame.
Pozo de bondad, perdóname.
Pan vivo del cielo, nútreme.
Padre del prodigo, recíbeme.
Jubilo de mi Alma, sé mi única felicidad.
Ayuda mía, asísteme.
Imán de amor, atráeme.
Protector mío, defiéndeme.
Esperanza mía, sostenme.
Objeto de mi amor, úneme a ti.
Fuente de mi vida, refréscame.
Mi Divina Victima, redímeme.
Mi ultimo fin, déjame poseerte.
Mi Gloria, glorifícame.
Divino Niño Jesús, en ti confío
.

ALABANZA AL DIVINO NIÑO JESUS

Niño lindo y amoroso
de belleza sin igual,
eres bello, primoroso
y yo te vengo a adorar.

El candor de tu mirada
inunda con puro amor,
me reboza la esperanza
y aleja todo temor.

Niño Pastorcito mío
de sonrisa angelical,
solo en Ti yo confío
para librarme del mal.

Déjame besarte todo
y ofrecerte lo que soy,
alma y vida yo te entrego
a ti mi Rey y Señor.

Divino Niño Jesús,
dulce, tierno e inocente,
te pido que ahora y siempre,
me confortes con Tu amor.

lunes, 18 de febrero de 2008

LA ORACION DE LOS CINCO DEDOS


1. El dedo pulgar es el que estamas cerca de ti. Asi que comienza orando por aquellos que estan mas unidos a ti. Son los mas faciles de recordar. Orar por los que amamos es "una dulce tarea." comienza orando por tus padres, hermanos, tios, primos, abuelos, amigos, etcetera.

2. El proximo dedo es el indice: Ora por los que enseñan , instruyen y curan. Ellos necesitan apoyo y sabiduria al conducir a otros por la direccion correcta. Mantenlos en tus oraciones. ora por tus maestros, el sacerdote, incluso tus padres.


3. El siguiente dedo es el mas alto. Nos recuerda a nuestros lideres, a los gobernantes, a quienes tienen autoridad. Ellos necesitan la direccion divina. puedes orar por el papa o por nuestros maestros tambien incluso por nuestos jefes de trabajo.


4. El proximo dedo es el del anillo. Sorpendentemente, este es nuestro dedo mas debil. El nos recuerda orar por los debiles, enfermos o atormentados por problemas. Ellos necesitan tus oraciones. podemos orar por los que no tienen un pan que comer, o un techo donde dormir, tambien por los enfermos y por los que caen en las drogas o los vicios. por los que necesitan de Dios.


5. Y finalmente tenemos nuestro pequeno dedo, el mas pequeno de todos. El menique deberia recordarte orar por ti mismo. Cuando hayas terminado de orar por los primeros cuatro grupos, tus propias necesidades apareceran en una perspectiva correcta y estaras preparado para orar por ti mismo de una manera mas efectiva.

domingo, 10 de febrero de 2008

LA LIMOSNA

La limosna

(Catequesis de Juan Pablo II, 28/3/79)

Recomendación del Señor en el Evangelio

1. «Poenitemini et date eleemosynam» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33).

La palabra «limosna» no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma convicción en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir «religión» auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los profetas exhortan a la limosna.
Y tampoco emplean la palabra «limosna», que, por lo demás, en hebreo es «sadaqah», es decir, precisamente «justicia». Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.

«¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano» (Is 58,6-7).

La palabra griega «eleemosyne» se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobacion de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10,21 y par.). Por otra parte, cuando Judas –frente a la mujer que ungía los pies de Jesús pronuncio la frase: «¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?» (Jn 12,5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: «Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre» (Jn 12,8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.

Significado del término « limosna»

2. ¿Qué significa la palabra «limosna»?
La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas:
En francés: «aumone»; en español: «limosna»; en portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en inglés: «Alms».

Incluso la expresión polaca «jalmuzna» es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término «limosna», en nuestra conciencia social, un significado negativo.

Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la «limosna» en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como «el hacer participar a los otros de los propios bienes», no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.

Vemos cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias, con frecuencia, impropias que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de bienes).
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial, que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término «limosna», al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.

Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: «Pobres... siempre los tenéis con vosotros» (Jn 12,8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿Acaso sólo de «limosna», entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?

Don interior, actitud de apertura hacia el hermano

3. Ciertamente, Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: «Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento» (Lc 21,3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.

Recordemos aquí a San Pablo: «Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha» (1Cor 13,3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna» (Enarrat. in Ps. CXXV 5).

Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, «limosna» significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura «hacia el otro». Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la «metanoia», esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: «¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y esta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración» (Enarrat. in Ps. XLII 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir «no» a sí mismos; y, finalmente, la limosna como apertura «a los otros». El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metanoia. Sólo con una actitud total –en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo– e1 hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.

La «limosna» así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35-40).

Los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: «La mano del pobre es el gazofilacio de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe» (Sermo VIII 4); y con San Gregorio Nacianceno: «El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres» (De pauperum amore XI).
Por lo tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la «ayuda», con el «compartir» la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.

En el Evangelio, y aun en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La «limosna» entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aun plenamente hacia Dios.

La práctica de la limosna

4. En el ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el verdadero significado de la «limosna». En efecto, es muy fácil falsificar su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones también respecto a la actitud superficial «exterior» de la limosna (cf. Mt 6,2?4; Lc 11,41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del significado esencial que tiene la «limosna» para nuestra conversión a Dios y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por sentido ordinario negativo de la palabra «limosna».
Vemos, pues, qué campo de trabajo –amplio y a la vez profundo– se abre ante nosotros si queremos poner en práctica la llamada: «Arrepentios y dad limosna» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33). Es un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la vida.

AYUNO

El Ayuno Penitencial

(Catequesis de Juan Pablo II, 21/3/79)

Tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión

1. «¡Proclamad el ayuno!» (Jl 1,14).

Son las palabras que escuchamos en la primera lectura del Miércoles de Ceniza. Las escribió el profeta Joel, y la Iglesia, en conformidad con ellas, establece la práctica de la Cuaresma, disponiendo el ayuno. La práctica de la Cuaresma, determinada por Pablo VI en la Constitución Poenitemini, está notablemente mitigada respecto a la de tiempos pasados. En esta materia, el Papa dejó mucho a la decisión de las Conferencias Episcopales de cada país, a las que corresponde, por tanto, el deber de adaptar las exigencias del ayuno según las circunstancias en que se encuentran las sociedades respectivas. Pero el recordó que la esencia de la penitencia cuaresmal está constituida no sólo por el ayuno, sino también por la oración y la limosna (obras de misericordia). Es preciso, pues, decidir, según las circunstancias, en qué puede ser sustituido el mismo ayuno por obras de misericordia y por la oración. El fin de este período particular en la vida de la Iglesia es siempre y en todas partes la penitencia, es decir, la conversión a Dios. En efecto, la penitencia, entendida como conversión, esto es, metánoia, forma un conjunto que la tradición del Pueblo de Dios, ya en la Antigua Alianza, y después el mismo Cristo ha vinculado, en cierto modo, a la oración, a la limosna y al ayuno.

¿Por qué al ayuno?

En este momento quizá nos vienen a la mente las palabras con que Jesús respondió a los discípulos de Juan Bautista cuando le preguntaban: «¿Cómo es que tus discípulos no ayunan?» Jesús les contestó: «¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? Pero vendrán días en que les será arrebatado el esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9,15). De hecho, el tiempo de Cuaresma nos recuerda que el esposo nos ha sido arrebatado. Arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado... El ayuno en el tiempo de Cuaresma es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo. Tal ha sido el significado de la Cuaresma a través de los siglos, y así permanece hoy:
«Mi amor está crucificado y no existe en mí más el fuego que desea las cosas materiales», como escribía el obispo de Antioquia, Ignacio, en la Carta a los romanos (Ign. Antioq., Ad Romanos VII 2).

Actitud cristiana en la civilización del consumo

2. ¿Por qué el ayuno?

Es necesario dar una respuesta más amplia y profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la «metanoia», esto es, esa transformación espiritual que acerca el hombre a Dios. Trataremos, pues, de concentrarnos no sólo en la práctica de la abstinencia de comida o bebida –efectivamente, esto significa el ayuno en el sentido corriente–, sino en el significado más profundo de esta práctica que, por lo demás, puede y debe a veces ser sustituida por otras. La comida y la bebida son indispensables al hombre para vivir, se sirve y debe servirse de ellas; sin embargo, no le es lícito abusar de ellas de ninguna forma. El abstenerse, según la tradición, de la comida o bebida tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir actitud consumística. Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización, y en particular de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre orientado hacia los bienes materiales, múltiples bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el uso de los bienes materiales, es decir, de las cosas, también entonces toda la civilización se mide según la cantidad y calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre, y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización, en efecto, suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más... para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicidad de sensaciones cada vez mayor.

A veces se oye decir que el aumento excesivo de los medios audiovisuales en los países ricos no favorece siempre el desarrollo de la inteligencia, particularmente en los niños; al contrario, tal vez contribuye a frenar su desarrollo. El niño vive sólo de sensaciones, busca sensaciones siempre nuevas... Y así llega a ser, sin darse cuenta de ello, esclavo de esta pasión de hoy. Saciándose de sensaciones, queda con frecuencia intelectualmente pasivo; el entendimiento no se abre a la búsqueda de la verdad; la voluntad queda atada por la costumbre a la que no sabe oponerse.

De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos. Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo.

Renuncia y mortificación

3. ¿Por qué renunciar a algo? ¿Por qué privarse de ello? Ya hemos respondido en parte a esta cuestión. Sin embargo, la respuesta no será completa si no nos damos cuenta de que el hombre es él mismo también porque logra privarse de algo, porque es capaz de decirse a sí mismo: No. El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma. Algunos escritores contemporáneos presentan esta estructura compuesta del hombre bajo la forma de estratos; hablan, por ejemplo, de estratos exteriores en la superficie de nuestra personalidad, contraponiéndolos a los estratos en profundidad. Nuestra vida parece estar dividida en tales estratos y se desarrolla a través de ellos. Mientras los estratos superficiales están ligados a nuestra sensualidad, los estratos profundos, en cambio, son expresión de la espiritualidad del hombre, es decir, de la voluntad consciente, de la reflexión, de la conciencia, de la capacidad de vivir los valores superiores.

Esta imagen de la estructura de la personalidad humana puede servir para comprender el significado para el hombre del ayuno. No se trata aquí solamente del significado religioso, sino del significado que se expresa a través de la así llamada «organización» del hombre como sujeto persona. El hombre se desarrolla normalmente cuando los estratos más profundos de su personalidad encuentran una expresión suficiente, cuando el ámbito de sus intereses y de sus aspiraciones no se limita sólo a los estratos exteriores y superficiales, unidos a la sensualidad humana. Para favorecer tal desarrollo, debemos a veces desprendernos conscientemente de lo que sirve para satisfacer la sensualidad, es decir, de los estratos exteriores superficiales. Debemos, pues, renunciar a todo lo que los «alimenta».

He aquí brevemente la interpretación del ayuno hoy día.

La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más profundos de los que «se alimenta» el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación debe servir para crear en el hombre las condiciones en orden a vivir los valores superiores, de los que está «hambriento» a su modo.

He aquí el significado «pleno» del ayuno en el lenguaje de hoy. Sin embargo, cuando leemos a los autores cristianos de la antigüedad o a los Padres de la Iglesia, encontramos en ellos la misma verdad, expresada frecuentemente con lenguaje tan «actual» que nos sorprende. Por ejemplo, dice San Pedro Crisólogo: «El ayuno es paz para el cuerpo, fuerza de las mentes, vigor de las almas» (Sermo VII: de ieiunio 3), y más aún: «El ayuno es el timón de la vida humana y rige toda la nave de nuestro cuerpo» (Sermo VII: de ieiunio 1).

San Ambrosio responde así a las objeciones eventuales contra el ayuno: «La carne, por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está sometida (...): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En efecto, el que no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas» (Sermo de utilitate ieiunii III, V, VII). Incluso escritores que no pertenecen al cristianismo declaran la misma verdad. Esta verdad es de valor universal. Forma parte de la sabiduría universal de la vida.

El dominio de nuestro cuerpo

4. Ahora ciertamente es más fácil para nosotros comprender por qué Cristo Señor y la Iglesia unen la llamada al ayuno con la penitencia, es decir, con la conversión. Para convertirnos a Dios es necesario descubrir en nosotros mismos lo que nos vuelve sensibles a cuanto pertenece a Dios, por to tanto: los contenidos espirituales, los valores superiores que hablan a nuestro entendimiento, a nuestra conciencia, a nuestro «corazón» (según el lenguaje bíblico). Para abrirse a estos contenidos espirituales, a estos valores, es necesario desprenderse de cuanto sirve sólo al consumo, a la satisfacción de los sentidos. En la apertura de nuestra personalidad humana a Dios, el ayuno –entendido tanto en el modo «tradicional» como en el «actual»–, debe ir junto con la oración, porque ella nos dirige directamente hacia Él.

Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo. Efectivamente, descubre que es «diverso», que es más «dueño de sí mismo», que ha llegado a ser interiormente libre. Y se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a través de la oración, fructifican en él.

Resulta claro de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo él «residuo» de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar profundamente sobre este tema, precisamente durante el tiempo de Cuaresma.

sábado, 9 de febrero de 2008

Divino Niño

El niño extiende sus brazos, queriendo alcanzar a Su Padre y a cada uno de nosotros. Su túnica es rosada, el cinturón verde y sus pies descalzos. Se puede decir que mientras el Niño de Praga manifiesta la realeza de Cristo, el Divino Niño manifiesta en su naturaleza humana el amor de niño, necesario para nosotros ir al cielo


HISTORIA


En el año 1935 llegó el Padre Salesiano Juan del Rizzo al barrio "20 de julio", al sur de Bogotá, una región muy solitaria y abandonada en aquellos tiempos. Le habían prohibido emplear la Imagen del Niño de Praga porque una asociación muy antigua reclamaba para ella el derecho exclusivo de propagar esa imagen. El Padre del Rizzo estaba convencido de que a Dios le agrada mucho que honremos la infancia de Jesús, pues así lo ha demostrado con innumerables y numerosos milagros. ¿Si otros niños son tan inocentes y tan dignos de ser amados, cuánto más lo será el niño Jesús? Además recordaba muy bien la promesa hecha por Nuestro Señor a una santa: " Todo lo que quieres pedir pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado si te conviene conseguirlo". Así que no desistió de propagar la devoción al Divino Niño pero dispuso adquirir una nueva imagen.
Se fue a un almacén de arte religioso llamado "Vaticano" propiedad de un artista italiano, y le encargó una imagen bien hermosa del Divino Niño. Le prestaron una imagen bellísima, el padre la llevó para sus solitarios, desérticos y abandonados campos del "20 de julio". Ahora empezaría una nueva era de milagros en esta región.
Esta es un de las imágenes más hermosas y agradables que han hecho de nuestro Señor. Con los brazos abiertos como queriendo recibir a todos. Con una sonrisa imborrable de eterna amistad. Atrae la atención y el cariño desde la primera vez que uno le contempla. Allí a su alrededor se han obrado y se siguen obrando maravillosos favores, para quien no conozca los prodigios que obtiene la fe parecerían fábulas o cuentos inventados por la imaginación, pero que son muy ciertos para quienes recuerdan la promesa de Jesús " Según sea tu fe así serán las cosas que te sucederán".
El Padre Juan comenzó a narrar a las gentes los milagros que hace el Divino Niño Jesús a quienes le rezan con fe y a quienes ayudan a los pobres, y empezaron a presenciarse prodigios admirables: enfermos que obtenían la salud, gentes que conseguían buenos empleos o estudio para los niños, o casa o éxito en los negocios. Familias que recobraban la paz. Pecadores que se convertían. Y cada persona que obtenía un favor del Divino Niño Jesús se encargaba de propagar su devoción entre amigos y conocidos.